Escena 1: hace unos meses en un lugar de la Argentina, el Centro Cultural Córdoba-España. Personajes: Richard Stallman,
un fotógrafo, varios periodistas, público en general. El de barba lleva
una remera roja que resalta aún más su abdomen redondo. Baila sin
música una especia de polka. Ante los flashes del fotógrafo, se menea
sin alterar el rictus serio de su cara. Como si en realidad fuéramos
nosotros lo que no entendemos la razón última de todo eso. Un espectador
de la escena suelta:
“Este tipo está chapa” (
localismo
que vendría a ser algo así como “este tipo está loco”). Termina sus
pasos y vuelve a una oficina prestada a teclear su computadora china
Lemote
(la que pueden ver en la foto de arriba), conocida en el mundo porque
es una de las poquísimas que no permite la instalación de Windows. Su
netbook, como todos saben, sólo porta software libre. El encargado de
prensa de la institución que invitó a un grupo de periodistas (entre los
cuales iba yo, claro) a entrevistar al pionero del software libre
cuenta esta anécdotas y otras (no acepta hospedarse en hoteles, toma
Pepsi sin parar, es hosco y curioso) como diciéndonos: “este tipo está
loco”.
Esto fue en 2009. El autoritarismo que hoy emana del proyecto de Ley conocido como SOPA
entonces no era ni siquiera un atisbo de amenaza. Por aquellos días
sólo se hablaba de un hacker chino que iba a ser condenado a la cárcel
por distribuir un Windows
crackeado. Al respecto con voz robótica, en castellano, el gurú dijo frente a nosotros:
“Cambiar
y redistribuir programas debería ser el derecho de cualquier usuario.
Si lo que ha hecho esta persona no es malo, debe ser legal. Si cambió
Windows eliminando funciones malévolas impuestas por Microsoft, entonces
esta persona es casi un héroe. Pero él debería haber compartido
software libre. Porque Windows, aún modificado, sigue siendo malo, ya
que tiene funcionalidades para vigilar, restringir y atacar a los mismos
usuarios que lo instalan”.
¿Quién hubiese imaginado entonces
que en el 2012 algunos congresistas estadounidenses verían con buenos
ojos sistemas legales “antipiratas” (vean bien las comillas) que hoy
existen en China o Iran? Por su prédica muchos consideraban a Richard Stallman como un payaso, un
paranoico
que nada tenía que ver con el sistema perfecto que nos proponían las
grandes empresas. Ayer y hoy, el físico que se dedicó a la programación
es siempre atacado y señalado por la corporación como un defensor de la
piratería.
“Cuándo me preguntan qué opino sobre la piratería yo respondo… ¡Está muy mal atacar barcos!”, reía con ganas cuando decía aquello.
-Usted dijo que las discográficas deberían desaparecer…- le pregunté.
Yo
no les digo discográficas. Les digo fábricas de música, y la música que
sale de allí suena como salida de una fábrica. Ellos con sus leyes
privativas han atacado nuestra libertad. Su castigo debe ser ¡su
eliminación! No es malo que exista una empresa que venda discos. Lo malo
es que ellas pidan leyes que prohíban compartir. Merecen dejar de
existir…
-¿Qué opina de Spotify, el servicio de música on line que hace furor en el primer mundo?, insistí
Con
Spotify sólo puedes escuchar la música; ni guardarla ni modificarla;
eso es una esposa digital. También te expone a un programa privativo. Es
injusto. Además, proporciona muy poco dinero a los músicos y más a las
empresas enemigas (discográficas). También impone identificarse, otro
mal. Todos los males siempre van juntos y no por casualidad.
Escena 2, al otro día:
Stallman está descalzo sobre el estrado del auditorio de la Facultad de
Derecho. Descalzo recibe los honores de la Universidad de Córdoba,
Argentina. Lleva la misma remera roja chillona, del día anterior. La
prenda está coronada en lo más alto de su barriga con una mancha de
gaseosa. Durante su prédica de tres horas no deja títere digital con
cabeza. Uno de sus objetivos predilectos a la hora de la trompada es el
lector de libros digitales Kindle de Amazon, ya que lo acusa de
controlar y vigilar a los usuarios.
“Se llama Kindle por que ellos quieren ‘encender’ nuestros libros”, dice ejemplificando con aquel conocido caso de la eliminación remota de un libro por problemas de derechos de autor.
“¡Ese libro era ‘1984’ de Orwell! Parece un chiste”.
Suelta su rollo una vez más, ante el delirio de sus fans, con talentos
de cómico de stand up. Tanto es así que la conferencia termina con el
propio Stallman disfrazado de santo (San IGNUcio), con un disco rígido
como aureola, y bendiciendo a la distancia las computadoras portátiles
presentes. No podría probarlo, pero por el rictus de las autoridades de
la facultad, pensaban que el tío está de la cabeza.
Camina lento.
Esucha a todas las personas que se le acercan. Siempre está rodeado
cuando va “de gira”. Lleva siempre una Pepsi en la mano. Cada tanto
necesita escaparse de las obligaciones (conferencia, charla con
autoridades, almuerzos y cenas, entrevistas) y se esconde en alguna
pieza a darle a su Lemote. Aquel día estuvimos toda una larga jornada,
de aquí para allá, con el padre del software libre. Hoy recuerdo, como
si fuese ayer, otras preguntas que le hicimos con el grupo de
periodistas:
-¿También cree en el voto electrónico con soporte de software libre?
La
votación por computadora no es de confiar. Es un camino al fraude. Hay
que votar en papel. No hay ninguna manera de controlar la votación, aun
con soft libre.
No es un interlocutor muy amable, Stallman.
Es común que corte a los periodistas con un sonoro: “No escucho si no me
habla lento”, al borde del enojo. Su castellano lento es casi perfecto,
pero acusa una sordera que obliga a repetir varias veces la
requisitoria.
También exige precisión cirujana para componer las consultas; si no, su respuesta invariable será:
“Ésa pregunta es muy vaga, no sé responder preguntas vagas”…
-¿Por qué sostiene que es ridículo que los programas no se puedan copiar libremente?
Otra
obra de uso práctico como los programas son las recetas de cocina, por
ejemplo. Cualquiera puede compartir recetas, modificarlas y volver a
enseñarlas. Imaginate si el Estado, por intercambiar recetas, te llama
pirata y te manda a cárcel. Imaginate el enojo que habría… Con el mismo
enojo ya lancé el movimiento de software libre en 1983.
Un poco de historia:
Stallman entonces era un promisorio programador del MIT (Massachusetts
Institute of Technology), Estados Unidos. Atildadito, lucía el pelo
corto y la tez rala. Allí ejecutaba y leía código de UNIX, el sistema
operativo que reinaba en la prehistoria de la computación personal. Él,
como muchos de sus compañeros, estaban acostumbrados a crear programas y
pasárselos para ir mejorándolos o adaptándolos. Pero de a poco, con el
crecimiento del negocio, muchos de estos sistemas fueron adquiriendo
licencias que resguardaban los derechos de autor. Desde entonces, ya no
sólo era dificultoso leer el código de los programas e intervenir en
ellos sino que pasó a ser ilegal.
Una de las características
salientes del protagonista de esta historia es que puso en acción sus
ideas. Lo dicho: como no se podía meter manos a los programas que fueron
haciendo valer sus licencias… él tuvo la intención de inventar uno. Un
sistema operativo basado en UNIX, pero cuya licencia dejase en claro que
era libre: cualquiera podía modificarlo, siempre y cuando la resultante
también fuera de uso libre.
Hoy con los peligros de SOPA
dando vueltas, con tantas miradas e intenciones puestas en controlar la
web, no puedo dejar pensar en estas respuestas que dio Stallman en
2009. En su coherencia de 30 años. No puedo dejar de pensar que
el lado menos conocido de Stallman es ¡la cordura! ¡la visión! Nunca este programador estuvo loco, su paranoia no era tal.
Sí, él es una persona que sufre problemas de hipoacusia. Pero, quizá,
los sordos éramos nosotros.